Mariano Melgarejo, un dictador boliviano
General boliviano que gobernó su país a sangre y fuego desde
1864 hasta 1871. Había nacido en Tarata, de padre desconocido; era alto, tal
vez era el hombre más alto de Bolivia.
Solía decir que las fronteras no existían, y para demostrar
ese acierto le regaló al imperio del Brasil 65.000 km² de selva.
Al asumir la presidencia tomó medidas de distinta índole,
como disolver las municipalidades, imponer a Cochabamba empréstito forzoso,
restablecer a La Paz como la capital de la república, y permitir los
carnavales. En 1865 la joven Juana Sánchez, que era hija de una familia
aristocrática, fue a verlo a su despacho para pedir por su hermano que estaba
preso, y jamás volvió a su casa, porque Melgarejo se enamoró, y ella también.
Desde entonces compartieron el poder.
Se cuenta que Juana andaba siempre desnuda en el palacio de
gobierno, aún ante los ministros y aún ante los embajadores extranjeros, que
sin dudas un poco de perplejidad sentían, pero temían hacer algún observación
por miedo a causar un incidente internacional.
El hermano por el cuál ella fue a pedir no solo fue
liberado, si no que fue también nombrado ministro.
Melgarejo era un hombre de escasa ilustración, despreciaba a
los doctores. Tenía, eso si,
respeto por la iglesia. Se había enterado de que Alejandro de Macedonia tenía un
caballo llamado Bucéfalo y le puso ese nombre a su propio caballo, según dicen,
solamente él era capaz de montar a Bucéfalo.
Como puede suponerse, gobernaba con enorme crueldad, había
revueltas con mucha frecuencia, las cuales eran aplacadas de manera muy
sangrienta. En cierta ocasión, habiendo tomado Cochabamba, mató a centenares de
hombres, abrió las puertas de las casas principales a cañonazos, luego se
apoderó de todas las muchachas de la aristocracia y las sometió a los peores
vejámenes, tales como azotarse mutuamente con la promesa de perdonar la vida a
la vencedora. Pero sin embargo antes de esta orgía de sangre Melgarejo había
asistido a misa.
El 29 de noviembre de 1868 se firmó una constitución después
de unas elecciones, que según parece, fueron fraudulentas. Melgarejo se hizo
conferir poderes extraordinarios que incluían la facultad de perseguir a sus
opositores.
Los constituyentes, a modo de ritual, debieron besar las
nalgas desnudas de Juana Sánchez.
Muy lejos de allí, el 29 de julio de 1870, Napoleón III le
declaró la guerra a Prusia. Melgarejo era un gran admirador del emperador
sobrino nieto de Napoleón I. Fiel a sus héroes, convocó a los ministros y
resolvió declararle el también la guerra a Prusia. Como la reina Victoria había
permanecido neutral en aquel conflicto, también declaró la guerra a Inglaterra.
Así que expulsó al embajador inglés (a falta de embajador
prusiano). Lo mandó a la Argentina, en un viaje espantoso llegó a La Quiaca,
donde lo tomaron por un gringo loco. Pero al final lo protegieron y pudo llegar
a Buenos Aires, donde lo agazajaron y le permitieron volver a Inglaterra.
Cuando la reina Victoria se enteró de los desplantes de Melgarejo ordenó a sus
diplomáticos que tuvieran a Bolivia como no existente (idea de los ingleses que
parece permanecer hasta hoy en día con respecto a toda latino américa).
El general no se contentó con una simple declaración de
guerra, entonces, reunió unos 3.000 hombres y salió a combatir a los prusianos,
dejando a Juana Sánchez en La Paz para que gobernara en su nombre.
Al llegar a Oruro ocurrió una desgracia que lo detuvo. Fue
invitado a una jineteada, lo volteó un potro y se quebró un pié. Obligado a
estar inmóvil por un mes, se entretuvo planeando sus acciones de guerra contra
Prusia en su lecho rodeado de innumerables mapas.
Había una flota boliviana en Antofagasta que consistía de
tres fragatas, pero solo cabían en ella 600 hombres, además no convenía mucho
ir por el Pacífico porque el asunto estaba en el otro océano. Ante un Paraguay
cerrado y una Argentina en la que gobernaba Sarmiento (quien odiaba a
Melgarejo) quedaba el Brasil. Podían ir a Brasil atravesando la selva hasta Río
Grande del Sur.
Entonces se enviaron diplomáticos a Brasil a pedir permiso,
y Brasil aceptó, pero el embajador les advirtió que la selva era impenetrable y
que no se lo recomendaba.
Para colmo de males el hueso quebrado del pié de Melgarejo
no se soldó bien y rengueaba.
Vistió a sus soldados a la europea, les compró uniformes
nuevos y estudiando la situación se le ocurrió que podía desembarcar en
Normandía. Pasó revista a su tropa y lanzó una proclama: "Vamos al mar,
que es la traición de Dios, seremos el país más poderoso entre los
poderosos". Marcharon, se toparon con una sequía, pasaron tiempo sin comer
y le anunciaron, estando en plena selva Amazónica, que Napoleón III había sido
derrotado en los campos de Sedan, sin esperar a que ellos llegaran. Pero
Melgarejo pensó que le estaban mintiendo y siguió adelante.
Llegaron otros mensajeros, cinco, siempre con la misma
noticia. Los hizo azotar a cada uno.
El 13 de noviembre recibió otra horrible noticia, los
bolivianos en Londres habían sido expulsados por apátridas y representantes de
nada, toda vez que la reina Victoria había declarado la inexistencia de
Bolivia, entonces Melgarejo volvió a declararle, una vez más, la guerra a
Inglaterra.
Cuando estaban en medio de la selva le avisaron que en
Potosí se había revelado el Gral. Rendón, por lo tanto decidió volver sobre sus
pasos para exterminar a los rebeldes antes de luchar en Europa.
El 28 de noviembre Melgarejo redujo una vez más a la
obstinada Potosí, 400 ciudadanos fueron fusilados y el Gral Rendón fué colgado.
Las tropas procedieron al saqueo y a la violación.
La situación se complicó porque otras ciudades adhirieron a
la revolución. Melgarejo se refugió en Taratas, su pueblo natal, preparó su
asalto a La Paz, pensando que allá todavía estaba Juana, pero en realidad toda
la familia Sánchez ya se había ido.
Las tropas de Melgarejo avanzaron sobre la capital el 15 de
enero, con un ejército cansado y con solo 210 caballos. Entonces, llegó la
derrota, la derrota y después la increíble huida de Melgarejo a Chile, solo. Y
en Chile lo detuvieron como exiliado, allí se enteró de que Juana estaba en
Lima y con unos dineros que le prestaron, que juntó trabajosamente, se fue a
Lima.
Pero cuando llegó, Juana se negó a recibirlo. Y su propio
cuñado, aquel a quien había liberado de la carcel y había nombrado ministro, lo
mató frente a la puerta de su casa.
Texto adaptado de la emisión radial “La venganza será terrible” (Minuto 39:10)
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