Juan Álvaro, así se llama el niño alteño. Quería ponerle Evo, pero no me gustaba. Así que le puse el otro nombre del presidente: Juan. “Álvaro”, es por el vicepresidente, por eso se llama Juan Álvaro, me aclara su mamá. Tiene 12 años y es un estudiante ejemplar en su curso, según me cuenta.
Álvaro fue a comer con su papá un caldo de res por la zona de Ballivián, aunque no le gustara, ya no había más que comer por ahí y tenía mucha hambre. El padre empezó a grabarle, porque el niño tuvo miedo al percibir que, mientras comían, se acercaba una marcha. ¡Cómo te vas a asustar! ¡Te voy a filmar!, le decía su padre, tomando su celular y enfocándolo a él. Sorprendido quedó al notar que al pasar la marcha en defensa de la wiphala, muy cerca de ellos, el niño empezaba a repetir las consignas de los y las marchistas con total calma, mientras tenía comida aún en la boca: “la wiphala se respeta, carajo…”. El padre seguía grabando y después de una pausa, su hijo levantó su pequeño puño y en un esfuerzo por ser escuchado, gritó “¡jallalla las mujeres de pollera!”… “Jallalla”, le respondieron los marchistas conmovidos, tanto, que lo aplaudieron y uno de ellos salió del grupo de personas y lo abrazó con un “¡bravo, bravo!”.
Antonia es la madre de Álvaro, nos encontramos por la feria 16 de Julio, caminando en búsqueda de un lugar donde conversar, nos acompaña su hija también. En el trayecto, me cuenta que Álvaro está en Tarija, viajó en cuanto terminaron las clases. Un refresco acompaña la charla en un pequeño café, mientras doña Antonia me sigue contando cómo es que se difundió aquel famoso video en el que Álvaro aparecía gritando el “jallalla”.
“Ese video yo le he pasado a mi hermana y mi hermana le ha pasado a su hija, y ella lo ha subido a Facebook. Yo jamás me he imaginado que iba a ser así de viral, nada… Muchas personas han comentado el video, felicitándole y él les agradece a todos”, comenta Antonia, esperando a que Álvaro conteste la video llamada que le está haciendo.
Juan Álvaro, así se llama el niño alteño. Quería ponerle Evo, pero no me gustaba. Así que le puse el otro nombre del presidente: Juan. “Álvaro”, es por el vicepresidente, por eso se llama Juan Álvaro, me aclara su mamá. Tiene 12 años y es un estudiante ejemplar en su curso, según me cuenta.
“Álvaro, la señorita quiere hablar contigo”, le dice su madre emocionada cuando contesta. Se ve tan cómodo sentado en su cama, tiene los cachetes rojos por el calor que hay en Tarija, pero se nota con mucha energía y muy dispuesto a conversar.
— Hola, Álvaro, estoy muy feliz de conocerte, te has vuelto muy popular en las redes debido a tu participación en una marcha de El Alto. Para empezar, ¿quisieras contarme un poco de ti? Lo que desees.
— Me llamo Álvaro, me gusta comer, mi platillo favorito es el pique. Me gusta pasarla bien con mi familia y mis amigos, me llevo bien con mis amigos y vamos a jugar muchas veces fútbol, todo lo normal…
— Álvaro también sé que te gusta la robótica, cuéntanos sobre eso.
—Me gusta porque es interesante. Mi padre es electricista y la electricidad también es como robótica. Quisiera ser electricista para saber más sobre robótica.
“La robótica le gusta, me hace comprar unos motorcitos en los rieles de la feria. Me hace comprar unos de juguetes, con eso arma y trata de crear algo. Siempre ha hecho eso, no sé, le gusta eso. Desarma los autitos y le gusta armar”, me acordé que me contaba doña Antonia al servir el refresco, antes de llamar a Álvaro.
— Súper, Álvaro, a ver… quisiera saber ¿cómo es que llegaste hasta ahí, a presenciar la marcha de las Wiphalas ese día?
—Yo estaba yendo a la 16 de Julio con mi papá y en ese momento venía la marcha. Creo que yo quería ir luego con ellos, sentí impotencia. Vi en la Tv que habían quemado la wiphala y no me gustó, porque la wiphala es como si fuéramos nosotros, es un insulto para mí que lo hayan quemado.
— Llegaste allá y viste pasar la marcha… ¿cómo es que nació esa motivación por gritar “¡jallalla las mujeres de pollera!”?
—Es que me da una rabia ver cómo esas personas quemaron la wiphala que nos representaba y por eso estaba así, gritando con ellos, y también me he recordado de mi abuelita, era de pollera y por eso he gritado eso.
— ¿Cómo te sentiste al ver la reacción de la gente después de que emitiste ese grito?
— La gente se puso alegre de eso y me dieron un abrazo, me sentí bien. Yo no pensaba que la gente iba a gritar conmigo, pero han gritado.
— ¿Cómo te sientes al saber que hay mucha gente que te conoce debido a eso y que incluso te felicita y te agradece?
— Siento que tengo más amigos y que me pueden ayudar alguna vez y que son muy valiosos para mí. Mi prima lo subió al Facebook y luego me dijeron que tenía hartas visitas y luego veía los comentarios y muchos estaban felicitándome…
— ¿Qué te escribía la gente más o menos? ¿con qué mensaje te has quedado?
—Con esto de que voy a ser presidente…
— ¿Y tú quisieras ser presidente? ¿Te gustaría?
—Más o menos.
— Y si lo fueras ¿qué cambiarías del país?
—Cambiaría la discriminación a los indígenas y a las mujeres de pollera.
— Tu mamá también es de pollera, ¿qué significa para ti eso?
—Significa que es más valiosa que todos los diamantes, ella me cuida desde pequeño.
Antonia interrumpe las palabras de su hijo con un “papitoooo”, palabras que sin duda le han llegado al corazón.
— ¿Qué opinas sobre las marchas que se realizaron en El Alto?
—Opino que las personas son como hormiguitas, y que cuando algo malo se les presenta, todas irán a solucionarlo. Una sola no puede, sino todos tienen que ir.
— Álvaro, si tuvieras que identificarte con un personaje boliviano, ¿con cuál sería?
—Con Tupac Katari, porque él defendía a su pueblo.
— Para finalizar, Álvaro, ¿qué mensaje le dices a todas esas personas que te felicitan por tu valor?
—Les diría que gracias por los buenos comentarios, les agradezco mucho. Y que cuando sepa, voy a ir a las marchas, para seguir gritando y defender a las mujeres de pollera.
Me despido agradecida de Álvaro y Antonia empieza a despedirse de él, mientras cuelga el teléfono, algunas gotas de lágrimas caen de sus ojos, “lo extraño”, dice con la voz quebrada, “es mi fuerza de vivir”, limpia las lágrimas con sus dedos.
Antonia me muestra fotos de Álvaro mientras partía a Tarija, cuando fueron a un nevado, cuando fue a visitar a sus familiares, mientras paseaban por el lago Titicaca… “siempre saca un pulgar arriba en sus fotos”, le digo mientras observo. “¡Ay, no me había dado cuenta, debe ser porque su papá igual es!”, me dice Antonia.
Álvaro es un niño que conversa con las caseras para que les rebaje el precio, es de los niños que no vuelve a casa hasta encontrar en alguna tienda lo que su mamá le pidió, es de aquellos que puede crear un poema de forma muy rápida y recitarlos con facilidad, hace, como lo dijo él, "todo lo normal".
Ya es hora de despedirse, tomo un minibús y mientras el maestrito empieza a vocear, yo me pongo a ver en Facebook al niño que con su grito conmovió a varios alteños y alteñas en un día en el que más se necesitaban de nuevas voces y nuevo aliento. “¡Jallalla las mujeres de pollera!”, es una frase que puede ser emitida por una persona como Álvaro, pero El Alto nos ha enseñado que es un grito al que todos deberíamos responder con otro “¡jallalla!”. Así se construyen las nuevas voces, apoyadas unas en otras.
Fuente parte del texto: La Razón
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